En vispera del aniversario de la matanza de tlatelolco el 2 de octubre del 68 pues bien hagamos algunas remembranzas para contextualizar el movimiento mundial que se dio despues de la 2a guerra mundial con el aumento masivo de la matricula estudiantil de las universidades preguntemonos cuales eran los ideales y los sueños de esos jovenes cuyos padres y ellos mismos sufrieron el efecto de la guerra ovbiamente un rechazo el exterminio del hombre por el hombre ademas de que el capitalismo estaba en auge y era claro que esta generacion tendria forzosamente que entrar al mercado laboral como un asalariado mas.
En efecto, fue en EUA donde se desarrollan a partir de 1964, los movimientos más masivos y más significativos de este período. En la Universidad de Berkeley, en California, el conflicto estudiantil tomó un carácter masivo. La primera reivindicación que movilizó a los estudiantes fue la "libertad de palabra" en favor de la libertad de expresión política (en particular, contra la guerra de Vietnam y contra la segregación racial). Las autoridades reaccionan de manera extremadamente represiva, contra la ocupación pacífica de los locales, con 800 detenciones.
El movimiento va desarrollarse en masa y a radicalizarse en los años siguientes en torno a la protesta contra la segregación racial, por la defensa de los derechos de las mujeres y sobre todo contra la guerra de Vietnam. Del 23 al 30 de abril de 1968, la Universidad de Columbia, en Nueva York, es ocupada, en protesta contra la contribución de sus departamentos a las actividades del Pentágono y en solidaridad con los habitantes del gueto negro vecino de Harlem.
Mucho otros países van a conocer rebeliones estudiantiles similares en acciones en el curso de este período: Japón, Gran Bretaña, Italia, España, Alemania durante varias semanas, antes de que las miradas se vuelvan hacia Francia, fue el principal polo del movimiento estudiantil, Esta lista es obviamente lejos ser exhaustiva muchos países de la periferia del capitalismo son afectados también por movimientos estudiantiles durante el año 1968 (como Brasil o Turquía, entre otros). Es necesario sin embargo mencionar el que se desarrolla en México al final del verano y que el Gobierno decide aplastar SANGRIENTAMENTE el 2 de octubre en la PLAZA DE LAS TRES CULTURAS (Tlatelolco) en México, para que los Juegos Olímpicos pudiesen desarrollarse «en calma» a partir del 12 de octubre.
PRIMERAMENTE EXAMINEMOS EL MAYO DEL 68 EN FRANCIA ( TOMADO DE KAOS EN LA RED)
Mayo 68: De la revuelta estudiantil a la huelga general
El mayo del 68 francés, del que ahora se cumplen 40 años, muestra que en la historia se han dado ejemplos de cómo acontecimientos concretos pueden desencadenar todo un proceso de radicalización de la sociedad que puede culminar en el cuestionamiento del orden existente. Por Ana Villaverde.
Ana Villaverde de la Hiedra | Para Kaos en la Red | 11-5-2008 | 363 lecturas | 1 comentario
www.kaosenlared.net/noticia/mayo-68-revuelta-estudiantil-huelga-general
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La revuelta que en cuestión de unas semanas fue capaz de paralizar al Estado francés se recuerda oficialmente como una insurrección estudiantil, como si se tratase de un berrinche de universitarios, hijos de burgueses, que en la ingenuidad propia de su juventud creían en la posibilidad de cambiar el rumbo de la sociedad. El origen de lo que ocurrió se suele trasladar a un conflicto generacional, eludiendo cualquier referencia al conflicto entre clases sociales. Sin embargo, en Mayo del 68 tuvo lugar en Francia la mayor huelga general que se había dado en el país y en el mundo entero hasta el momento. En muchos casos, las y los trabajadores llegaron a ocupar las fábricas. Las movilizaciones estudiantiles fueron el detonante de un proceso que fue mucho más lejos y acabó cuestionando las bases mismas del sistema político, social y económico establecido.
El detonante: el movimiento estudiantil
En la década de los 60, la población estudiantil en Francia había aumentado de forma muy significativa. El Gobierno de De Gaulle había emprendido desde su subida al poder en 1958 una estrategia de modernización económica del país.
Una de las medidas acorde con sus planes fue ampliar el acceso a los estudios superiores a una capa más extensa de la población, que contribuiría a cubrir las necesidades tecnológicas de un capitalismo avanzado. Como consecuencia, en diez años el número de estudiantes universitarios pasó de 175.000 a 530.000. Sin embargo, esta incorporación masiva de estudiantes se produjo de forma muy acelerada y no se acompañó con un aumento de recursos públicos en función de las nuevas necesidades que se habían creado. Las facultades estaban superpobladas y no había aulas ni profesorado suficientes.
Además de eso, las y los estudiantes tenían que soportar las rígidas normas de una estructura universitaria conservadora y excesivamente centralizada, como la prohibición que impedía a los hombres ir a visitar las residencias de mujeres. En 1967, estas condiciones llevaron a los estudiantes de Nanterre, un nuevo campus construido en los suburbios de París, a llevar a cabo varias acciones de protesta, como ocupaciones pacíficas de las residencias femeninas o boicots a los exámenes, e incluso se convocó una jornada de huelga en la que participaron alrededor de 10.000 estudiantes. Aunque estas protestas se referían fundamentalmente a las condiciones del campus, los y las estudiantes pertenecientes a la izquierda radical (trotskistas, maoístas y anarquistas) intentaban trasladar el problema a cuestiones de alcance más global, como la represión sexual o las limitaciones que el sistema imponía al desarrollo intelectual, y empezaron a jugar un papel importante en las movilizaciones.
Sin embargo, estas protestas no pasaban de ser algo puntual; el movimiento estudiantil francés no destacaba respecto a la situación del mismo en otros países europeos y los estudiantes politizados no dejaban de ser una minoría. El sindicato estudiantil que años antes había liderado las movilizaciones contra la guerra de Argelia, la UNEF, estaba en decadencia y el número de sus militantes había descendido considerablemente. Eran necesarias nuevas formas de organización que sirviesen para canalizar el descontento creciente entre los estudiantes.
El 22 de marzo de 1968, a modo de protesta por la represión sufrida en una manifestación contra la guerra de Vietnam, un grupo de estudiantes decidió ocupar la gerencia del campus de Nanterre. Los estudiantes que participaron en la ocupación constituían una minoría respecto al total de estudiantes del campus y se encontraban con dificultades a la hora de conectar con el resto. Pasaron a autodenominarse “Movimiento 22 de Marzo” y durante la semana siguiente se dedicaron a intentar extender la protesta a otros estudiantes colocando carteles, repartiendo panfletos, etc. con el objetivo inmediato de convocarles a una nueva ocupación. Las autoridades universitarias reaccionaron cerrando la universidad y utilizando a la policía para enfrentarse a la resistencia de las y los estudiantes. El Ministro de Educación salió en los medios criminalizando a los estudiantes involucrados en el movimiento.
Esta forma de actuar frente a protestas pacíficas empezó a sumar simpatías al movimiento entre los estudiantes no politizados, que hasta el momento se habían mantenido al margen de las movilizaciones. El Movimiento 22 de Marzo convocó nuevas acciones de lucha antiimperialista para el 2 y el 3 de mayo y el Gobierno, en complicidad con las autoridades universitarias, no dudó en volver a utilizar métodos represivos para impedirlo. La policía detuvo a uno de los principales líderes del movimiento, Daniel Cohn-Bendit, y otros siete estudiantes fueron obligados a comparecer ante las autoridades universitarias. Como respuesta, un grupo de estudiantes se dirigió al centro principal de la Universidad de París, la Sorbona, con la intención de protestar por lo sucedido. Las autoridades decidieron cerrar toda la Universidad y la policía recibió órdenes de desalojar a los estudiantes que estaban resistiendo en el interior del edificio. Unos 500 estudiantes fueron detenidos.
El Gobierno esperaba que mediante una estrategia de represión selectiva, deteniendo al núcleo de militantes activos, conseguiría mitigar las movilizaciones estudiantiles. Sin embargo, el empleo de la fuerza tuvo justamente el efecto contrario y miles de estudiantes se solidarizaron con sus compañeros sumándose a las protestas, iniciándose un ciclo de manifestaciones y enfrentamientos directos con las fuerzas del orden que continuaría a lo largo de toda la semana siguiente.
La noche del 10 de mayo se produjo un cambio decisivo. Las y los estudiantes, que en los días previos se habían limitado a resistir los golpes de la CRS (antidisturbios franceses), decidieron pasar a la ofensiva. Levantaron más de sesenta barricadas alrededor del Barrio Latino, creando un área liberada desde la que poder hacer frente a los ataques de la policía. Los ministros, reunidos en un pleno extraordinario, ordenaron a los altos mandos de la policía parisina que utilizasen la fuerza que fuese necesaria contra los estudiantes. Éstos respondieron utilizando todo lo que estuviese a su alcance —piedras, adoquines, maderas, etc.— para defenderse y a lo largo de la noche fueron sumando apoyos de gente de la calle.
Un testigo lo describía: “Literalmente miles de personas ayudaban a levantar las barricadas, mujeres, trabajadores, transeúntes y gente en pijama hacían cadenas humanas para cargar piedras, maderas, hierros. Un tremendo movimiento había empezado” (Jean Jaques Lebel, en Black Dwarf, 1 de junio de 1968).
Al día siguiente, el Gobierno se vio contra las cuerdas. La represión utilizada contra las y los estudiantes y su coraje para resistirla les había proporcionado la simpatía y el apoyo de buena parte de la opinión pública. Por otro lado, los sindicatos se habían visto presionados a convocar una jornada de huelga acompañada de una gran manifestación en París como muestra de apoyo a los estudiantes para el próximo 13 de mayo. El primer Ministro, Georges Pompidou, ordenó que se abriese de nuevo la Sorbona y los estudiantes detenidos fueron liberados. Años después, en sus memorias, confesó que prefería darles la Sorbona a los estudiantes que verles tomarla por la fuerza. Esta victoria de los estudiantes y la confluencia de más de un millón de personas en la manifestación del día 13 sirvieron para demostrar ante los ojos de los trabajadores franceses que las cosas podían cambiar.
Antecedentes en la Francia de De Gaulle
El éxito de la revuelta estudiantil, el apoyo que recibió de otros sectores y el impacto que tuvo sobre la sociedad francesa no pueden entenderse sin analizar cuál era el contexto político y económico en el que se desarrolló. Desde su llegada al poder en 1958, De Gaulle se había propuesto modernizar la economía francesa de forma acelerada. Para ello, inició una estrategia que combinaba una planificación intervencionista desde el Estado con el desarrollo de las fuerzas del libre mercado. En el ámbito político, este impulso del capitalismo francés se tradujo en un Gobierno autoritario y fuertemente centralizado en la figura del propio De Gaulle, quien dirigió todo el proceso de forma unilateral, no sólo ignorando las reclamaciones de los sindicatos, sino en muchos casos contradiciendo también los intereses inmediatos de ciertos sectores de la clase dirigente.
En cuestión de diez años, a costa de la clase trabajadora, De Gaulle logró que la economía francesa ocupara un lugar clave en la competencia internacional. Como consecuencia, las y los trabajadores franceses se enfrentaban a graves problemas a finales de la década de los sesenta. Los salarios permanecían muy bajos al tiempo que los impuestos se mantenían muy elevados. El desempleo había subido hasta 500.000 parados, afectando especialmente a la gente joven. Los servicios públicos también se habían visto deteriorados. En 1967, la Seguridad Social sufrió una reconversión que suponía la reducción de medicamentos y un recorte de la plantilla de los trabajadores que conformaban el sistema. A todo ello, se sumaba una crisis de los sindicatos más importantes: la CGT (Confédération General du Travail), ligada al Partido Comunista Francés (PCF), y la CFDT (Confédération Francaise Democratique du Travail), cuya militancia había descendido notablemente.
En los años previos a 1968, los y las trabajadoras habían llevado a cabo varios intentos de contestación ante esta situación, pero todos habían fracasado, creándose una sensación de fuerte pesimismo, con la creencia de que el régimen de De Gaulle era invencible. Al no haber estructuras sindicales fuertes, con una base social suficiente como para contener las luchas y funcionar como mediadores entre los intereses de la patronal y los trabajadores, el Gobierno optó por una estrategia de represión sistemática, que en todos los casos había funcionado para truncar las incipientes luchas que se habían dado.
En Francia existían las condiciones para que se diese una revuelta popular. Las y los trabajadores eran conscientes de que su situación cada vez se estaba volviendo más insostenible, pero les faltaba la confianza suficiente en su propia capacidad para cambiar las cosas. El éxito espectacular de la manifestación del 13 de mayo, donde centenares de miles de trabajadores marcharon del lado de los miles de estudiantes que se habían radicalizado en los días previos, dio un giro a esta situación. Las y los trabajadores más jóvenes rápidamente se contagiaron del radicalismo de los estudiantes, que acudieron a la movilización con eslóganes que atacaban directamente a De Gaulle y cuestionaban la legitimidad de las bases del capitalismo. Cuando acabó la manifestación todo parecía indicar que la revuelta había llegado a su fin, pero la llama ya se había prendido sin que las autoridades ni las cúpulas sindicales se diesen cuenta de ello y en los próximos días ésta se extendió por todo el país, haciéndose cada vez más difícil de ahogar.
El poder de las y los trabajadores: la huelga general
Al día siguiente de la gran manifestación, un grupo de trabajadores de la fábrica de Sud Aviation, situada en Nantes, decidió que un día de huelga no era suficiente para mejorar sus condiciones de trabajo. Tras convencer al resto de sus compañeros, ocuparon la planta, bloquearon la entrada con barricadas y convocaron a un paro indefinido.
Cuando recibieron la noticia de lo sucedido, las plantillas de Renault en Flins, Le Mans y Boulogne Billancourt se sumaron a la huelga. Al principio, esto no tuvo demasiado impacto, la prensa le prestó poca atención, pero pronto empezó a comprobarse que no se trataba de hechos aislados. En los días siguientes, trabajadores de distintos sectores productivos empezaron a ocupar sus lugares de trabajo a lo largo y ancho del país. En cuestión de dos semanas, nueve millones de trabajadores estaban en huelga y absolutamente todos los sectores estaban involucrados, dándose finalmente una situación de paro generalizado.
Entre las ocupaciones de fábricas y las luchas estudiantiles que se habían dado en las primeras semanas de mayo había una conexión evidente. Los trabajadores se habían visto muy influenciados por la revuelta previa de los estudiantes, quienes habían tomado como una de sus principales formas de protesta la ocupación de las facultades. Por otro lado, en lugar de ser fruto de la espontaneidad, las ocupaciones fueron en parte una consecuencia del trabajo de los llamados Comités de Acción, que constituyeron la forma en que los estudiantes revolucionarios y los trabajadores se organizaron para intercambiar experiencias y desarrollar una acción conjunta. Cuando estalló la huelga general, los Comités de Acción crecieron en número rápidamente. En una asamblea de coordinación celebrada el 19 de mayo en París había 148 comités representados y, tan sólo una semana después, un total de 450 comités se extendían por toda la ciudad, a los cuales se sumaban otros cientos repartidos por el resto del país.
En Nantes, los comités de acción dirigidos por las y los trabajadores llegaron a crear una situación de poder dual que se prolongó a lo largo de una semana, durante la cual la ciudad pasó a denominarse “la ciudad de los trabajadores”. Levantaron barricadas en las carreteras de acceso a la ciudad y los trabajadores del transporte junto a los estudiantes controlaban todo el tráfico que llegaba. Los piquetes también establecieron un control sobre el suministro de combustible, asegurándose de que éste se empleaba sólo en casos de verdadera necesidad, así como sobre el precio de los alimentos, evitando que los tenderos se aprovechasen de la situación de desabastecimiento. Para esto, les obligaron a colgar en las puertas de sus tiendas carteles que decían: “Esta tienda ha sido autorizada a abrir. Sus precios están bajo la supervisión permanente del Comité”. Lo que ocurría en esta ciudad servía para el resto del país como un ejemplo de la capacidad de autoorganización de los y las trabajadoras, que estaban siendo capaces de gestionar una ciudad entera en condiciones tan adversas de forma autónoma, mientras el poder de las autoridades se veía cada vez más reducido.
A trabajadores industriales y estudiantes se sumaron muchos otros sectores de la sociedad. Los profesionales con puestos de trabajo más cualificados y mejor pagados, que constituían lo que habitualmente se denomina como clase media, dejaron sus puestos de trabajo. Los trabajadores de la televisión francesa (ORTF) también participaron, negándose a colaborar con la manipulación mediática dirigida por el Gobierno, que les impedía dar noticias relacionadas con las huelgas y ocupaciones. Los servicios estaban suspendidos, los trabajadores del transporte público de París, de los Ferrocarriles Nacionales, del gas, de la electricidad y de correos, se unieron a la huelga, aunque por decisión de los propios comités de trabajadores se mantuvieron los suministros domésticos y de emergencia. En el ámbito educativo, los profesores también se sumaron a la huelga y el movimiento estudiantil se extendió a los institutos, iniciándose un proceso de cuestionamiento de la rígida estructura del sistema educativo francés en todos los niveles. En definitiva, toda Francia se encontraba paralizada y el fulgor revolucionario se iba contagiando de forma acelerada de unos sectores a otros de la sociedad.
A un nivel ideológico, las luchas de mayo también tuvieron un impacto significativo en la sociedad francesa. Prejuicios que estaban fuertemente arraigados, como el racismo, el sexismo o la represión sexual, empezaron a ser cuestionados. En 1968, la inmigración era ya una realidad bastante asentada en Francia. Tres millones de inmigrantes procedentes del norte de África, la India y el sur de Europa vivían en el país, trabajando en condiciones aún más precarias que los autóctonos y con más dificultades para organizarse, bajo la amenaza constante de la repatriación. Las y los trabajadores de origen francés, aunque trabajaban codo con codo con inmigrantes, raras veces les dirigían la palabra y las ideas racistas, promovidas por la clase dirigente a través de los medios y bastante extendidas entre la gente, dificultaban aún más la comunicación entre ellos. A pesar de eso, en las huelgas de mayo los trabajadores inmigrantes jugaron un papel muy importante y a través de la lucha común los lazos entre éstos y los trabajadores franceses se estrecharon. Esto contribuyó a romper el aislamiento al que los inmigrantes se veían sometidos anteriormente.
En el caso de la opresión de la mujer, aunque es cierto que el sexismo no sufrió un retroceso muy importante, multitud de mujeres participaron activamente en el movimiento, especialmente en el estudiantil, lo que influyó claramente en el desarrollo del movimiento feminista que se dio en Francia en los años posteriores.
Por otro lado, en mayo se produjo una auténtica revolución cultural. Los estrechos límites en los que se enmarcaba la cultura tradicional empezaron a ampliarse, dando lugar a nuevas creaciones ligadas a la revuelta. Se realizaron muchas películas críticas con el sistema, los muros de la universidad se llenaron de pintadas que contenían eslóganes muy creativos, como “La imaginación al poder” o “Bajo los adoquines, la playa”, muchos de los cuales habían sido inventados por poetas surrealistas o por los situacionistas, una corriente de revolucionarios culturales surgida en los 60. Edificios que simbolizaban el limitado acceso a la cultura, que siempre había quedado restringido a las capas más pudientes de la sociedad, fueron ocupados para realizar asambleas, como el famoso Teatro Odeón de París.
En estas circunstancias, la situación del Gobierno se tornaba cada vez más difícil. El 24 de marzo, mientras 30.000 personas se dirigían hacia la Bastilla en una manifestación, De Gaulle anunció por televisión que se celebraría un referéndum, afirmando que se trataba de una prueba de confianza hacia su persona y que en caso de perderlo se retiraría del poder inmediatamente. La otra estrategia era intentar negociar con los líderes sindicales con el objetivo de acabar definitivamente con las huelgas.
En el llamado “Acuerdo de Grenelle”, el Gobierno, representado en la figura de Pompidou, prometió un incremento del 35% en el salario mínimo industrial y un 7% de media para todos los trabajadores. Sin embargo, el plan no les salió como esperaban. Cuando los líderes sindicales trasladaron las negociaciones a las y los trabajadores en las fábricas se encontraron con la negativa a abandonar la huelga. Una vez que los trabajadores habían tomado conciencia de su poder no sería tan fácil que se rindiesen así como así. La CGT observó cómo el movimiento de los trabajadores se escapaba de su control y, en un intento por recuperarlo, no tuvo más remedio que llamar a la realización de huelgas locales para conseguir mejores condiciones en las negociaciones. La huelga general continuó.
Durante tres días en la última semana de mayo se dio una situación de vacío de poder en el país. El Gobierno se encontraba en una posición de debilidad frente a las y los trabajadores y estudiantes movilizados y realmente había perdido el control de la situación. Una muestra de esta sensación de derrota por parte de las autoridades gubernamentales fue la misteriosa desaparición de De Gaulle el día 29 de mayo. En un ataque de desmoralización debido al fracaso de sus estrategias, se marchó a Alemania, abandonando su puesto en un momento crucial y sin decírselo a nadie, aunque al día siguiente ya estaba de vuelta. Mientras tanto, la principal oposición de De Gaulle en las elecciones, liderada por Mitterrand, propuso la formación de un gobierno provisional que fuese capaz de controlar la situación. Todas las fuerzas políticas estuvieron de acuerdo, salvo el Partido Comunista, que no lo apoyó en un primer momento hasta haberse asegurado de que ocuparía una buena posición en el seno del mismo. La CGT convocó una manifestación para exigir la formación de un “gobierno del pueblo”, con representación comunista, a la que acudieron 500.000 personas.
Una vez que el PCF se hizo un hueco en el ámbito institucional contribuyó a devolver el movimiento obrero a los cauces constitucionales y acabar con las aspiraciones de cualquier cambio radical.
Desmovilización y desencanto
La experiencia de Mayo del 68 representa uno de los ejemplos más claros en la historia del poder que tienen las y los trabajadores para cambiar la sociedad, pero desgraciadamente también lo es de la capacidad que tienen los burócratas de las cúpulas sindicales para limitar y, en última instancia, agotar el movimiento de los trabajadores. En algunos casos, como en el de la planta de Renault Flins o el aeropuerto Orly-Nord, la involucración de los trabajadores en la huelga y las ocupaciones era tal que fueron capaces de tomar el control de las mismas y dirigir colectiva y democráticamente las condiciones en que éstas se iban desarrollando. Sin embargo, esta situación distaba mucho de ser la más común.
La CGT y el Partido Comunista Francés gozaban aún de una posición de liderazgo entre buena parte de los trabajadores. Aunque no contaban con una amplia base de afiliados en las fábricas, muchos trabajadores veían en ambas organizaciones sus referentes políticos. En un principio, tanto el PCF como su sindicato afín se mantuvieron al margen de la revuelta estudiantil e incluso mostraron abiertamente su rechazo hacia aquella minoría de estudiantes que se definían como revolucionarios. Sin embargo, a medida que observaron cómo los trabajadores iban mostrando su apoyo a las movilizaciones estudiantiles, cambiaron su posición. El objetivo principal, tanto del Partido Comunista como de la CGT, era recuperar una posición de poder y acabar con el aislamiento político al que habían estado sometidos en la última década. El primero buscaba conseguirlo mediante la representación parlamentaria y el segundo pretendía ser tomado en cuenta en las negociaciones con la patronal.
En seguida se dieron cuenta de que un movimiento como el que estaba teniendo lugar era la oportunidad perfecta para lograr sus objetivos. La estrategia que siguieron consistió en intentar ponerse a la cabeza de las huelgas y las movilizaciones y, una vez habiendo tomado el control de las mismas, devolver las luchas de los trabajadores al cauce institucional mediante las negociaciones con el Gobierno y la patronal. Si conseguían retomar el control que las autoridades gubernamentales eran incapaces de recuperar, demostrarían su capacidad de influencia en la clase trabajadora, lo que les otorgaría una posición de poder en el terreno político. El papel que jugó la CFDT, el otro sindicato más importante, tampoco fue muy distinto. Es cierto que en un primer momento mostró su apoyo al movimiento estudiantil de forma más inmediata, pero cuando llegó la oportunidad, tampoco dudó en pactar con el Gobierno y la patronal en las negociaciones de Grenelle.
La forma de actuar del PCF y los sindicatos mayoritarios fue una de las razones que llevaron a la desmovilización de los y las trabajadoras, pero no fue la única.
Otro de los problemas principales a los que se enfrentaba el movimiento de mayo era la ausencia de una organización revolucionaria fuerte y decidida que contribuyese a dirigir el proceso en la dirección necesaria.
Los Comités de Acción, que constituían la forma alternativa en la que estudiantes y trabajadores se habían organizado conjuntamente, presentaban varios problemas que los incapacitaba para cumplir dicha función. Al tratarse de comités creados espontáneamente a partir de las necesidades que iban surgiendo a cada momento, no contaban con una estrategia y una política comunes bien definidas. Cada nuevo paso a avanzar era debatido en discusiones interminables en el seno de cada uno de ellos o en las asambleas de coordinación, lo cual hacía imposible que pudiesen dar respuestas claras sobre cómo actuar ante la rapidez de los acontecimientos.
En el movimiento estudiantil, la presencia de las organizaciones revolucionarias, fundamentalmente trotskistas, maoístas y anarquistas, era mucho mayor. Sin embargo, aunque en los comités de acción trabajaban codo con codo con trabajadores, las y los estudiantes no consiguieron romper del todo la barrera que les separaba de ellos, al no saber adaptar su discurso a la realidad fuera del marco universitario.
Por otro lado, De Gaulle —más confiado tras comprobar que los líderes sindicales, en lugar de hablar de revolución, llamaban a la formación de un nuevo gobierno— reapareció en escena pisando fuerte. El 30 de mayo volvió a salir en televisión abandonando su idea inicial de convocar un referéndum y anunciando su intención de celebrar elecciones anticipadas. Además, se atrevió a amenazar con la utilización de “otros medios” para preservar la República si el PCF decidía boicotearlas. Detrás de sus ambiguas palabras, se escondía la intención de utilizar a las fuerzas armadas y un llamamiento a sus seguidores para que tomasen medidas contra la izquierda en caso de no lograr su objetivo. Esa misma tarde, la derecha y la extrema derecha salieron de su escondite. Un millón de personas se manifestaron por las calles de París en una demostración de apoyo al gobierno. Las organizaciones de la izquierda revolucionaria fueron ilegalizadas y el PCF y los partidos reformistas apenas mostraron señales de protesta, en su obsesión por mantener su constitucionalidad intacta y poder presentarse a las elecciones.
Las huelgas suponían un obstáculo para la celebración de estas elecciones, que constituían el principal objetivo tanto para De Gaulle como para la dirección del Partido Comunista. De esta forma, en su desarticulación se vieron implicados ambos sectores. El Gobierno utilizó los métodos más violentos para desalojar a las y los trabajadores de las fábricas que aún permanecían ocupadas, así como para aplastar cualquier intento de movilización en las calles. El 10 de junio un estudiante fue asesinado en Flins a manos de la CRS y, al día siguiente, le ocurrió lo mismo a un joven trabajador. Por otro lado, se otorgaron algunas concesiones económicas, los sueldos se incrementaron una media de un 10%, el tiempo de trabajo por semana se redujo una hora y los derechos sindicales se expandieron a más centros de trabajo.
Esta situación provocó divisiones internas en el seno del movimiento obrero, que hasta el momento había mostrado una unidad sin precedentes. La CGT utilizó estas concesiones para hacer una política de boicot a las huelgas, en las fábricas donde tenía representantes éstos se dedicaron a convencer a los trabajadores de que si volvían al trabajo conseguirían todavía mejores condiciones. Poco a poco, entre la represión y la manipulación de los líderes sindicales, las huelgas fueron desconvocándose casi igual de rápido que se habían extendido.
Finalmente, las elecciones celebradas a finales de junio culminaron con la victoria de la derecha. De Gaulle ganó con el 60% de los votos. El PCF se llevó una sorpresa al comprobar que, en lugar de lograr una buena posición, el resultado de las votaciones era desastroso para la organización. Probablemente, muchos trabajadores estaban decepcionados por el papel que había jugado en la revuelta del mes anterior y, al comprobar que no planteaba ninguna alternativa combativa, optaron por votar directamente a los socialistas de centro, agrupados en el PSU.
La explicación de cómo un movimiento de masas puede llegar a culminar en la victoria electoral del enemigo al que se habían dirigido todas las protestas se puede encontrar en dos factores fundamentales. Por un lado, había una falta de organización y coordinación en el seno del movimiento y se dejó mucho espacio a la espontaneidad para enfrentarse a un Gobierno muy bien organizado. Por el otro, las organizaciones y los sindicatos más poderosos dentro de la clase trabajadora pusieron todo su empeño en acabar con las huelgas en los sectores cruciales. El desencanto provocado por la desmovilización llevó a la mayor parte de los trabajadores a su situación anterior, muchos volvieron a creer en la imposibilidad de un cambio revolucionario y se conformaron con las tímidas reformas que prometía la derecha.
La herencia de Mayo del 68
Existe una creencia muy extendida que supone que en las sociedades económicamente avanzadas, donde el capitalismo ha alcanzado un nivel de desarrollo muy elevado, el sistema no puede cambiar. Los acontecimientos que tuvieron lugar en mayo de 1968 en Francia constituyen un ejemplo perfecto de la falsedad de este mito. En cuestión de unas semanas, toda la sociedad francesa se involucró en un proceso que, de haber continuado, podría haber acabado desembocando en una situación realmente revolucionaria.
El alcance del poder que tienen las y los trabajadores para transformar la sociedad va mucho más allá de lo que ahora nos podemos imaginar, como quedó bien patente en las huelgas de Mayo del 68. Los estudiantes pueden jugar un papel clave en el cuestionamiento del orden establecido y, como ocurrió entonces, ser el detonante para el inicio de un proceso de cambio. En un momento de baja intensidad en la lucha de clases, suele ser más fácil tomar contacto con ideas revolucionarias en el ámbito universitario, donde se mantienen más debates sobre el funcionamiento de la sociedad. Esto hace que muchas veces los y las estudiantes vayan por delante en la contestación social. Sin embargo, si algo podemos aprender de Mayo del 68 es precisamente que aquellos que tienen en sus manos la capacidad para acabar con el sistema capitalista son los trabajadores y trabajadoras. Los estudiantes jugaron un papel fundamental rompiendo el hielo y poniendo al Gobierno y las bases del capitalismo francés en cuestión, pero hasta que no comenzaron las huelgas, el poder político y económico no empezó a verse realmente amenazado.
Otra cuestión clave que podemos comprobar en éste y otros ejemplos históricos es cómo, en un contexto de auge de luchas, la ideología y la cultura dominantes rápidamente entran en crisis. Ideas profundamente asentadas en la sociedad empiezan a caerse por su propio peso cuando las contradicciones del capitalismo comienzan a ser destapadas y las bases materiales que las soportaban se convierten en algo a combatir. Así es como sucedió en Mayo del 68. Prejuicios que hasta el momento habían funcionado para dividir a la clase trabajadora se fueron desplomando en el transcurso de las luchas y en el ámbito de la cultura, al romperse las constricciones que imponía el conservadurismo y el autoritarismo imperantes, empezaron a surgir creaciones totalmente innovadoras.
Éstos son sólo algunos ejemplos de los elementos positivos que podemos rescatar de Mayo del 68. Sin embargo, la derrota final en la que culminó el ciclo de luchas no habría ocurrido si todo hubiese ido bien. La revuelta también es una muestra muy clara de cómo, en ausencia de una organización revolucionaria bien asentada y con influencia dentro de la clase trabajadora, el reformismo puede tomar el control del movimiento y acabar enmarcándolo dentro de los cauces institucionales.
En el momento clave, cuando De Gaulle amenazó con utilizar todos los medios que tenía disponibles para celebrar unas elecciones y acabar con el movimiento de trabajadores y estudiantes, en las fábricas ocupadas se desarrollaron intensos debates. Los líderes sindicales de la CGT consiguieron convencer a una parte importante de los trabajadores, provocando divisiones entre ellos que culminaron con la vuelta al trabajo de la mayoría. Al tratarse de una minoría los que resistieron, el Gobierno no dudó en utilizar la represión y acabar con la huelga más importante que había tenido lugar en el país, así como con cualquier resquicio de movilización estudiantil. En caso de haber existido una organización cuyos miembros compartiesen una estrategia claramente revolucionaria y tuviesen una presencia suficientemente importante en los centros de trabajo, probablemente las cosas habrían sucedido de otra forma. En el ambiente tan radicalizado que existía, seguramente muchos trabajadores se habrían puesto del lado de las y los revolucionarios. De haber resistido una mayoría de trabajadores a las presiones del Gobierno, éste no habría podido recurrir a la violencia como lo hizo. Como mínimo, los trabajadores habrían logrado obtener mejores resultados.
Muchos miembros de la generación que participó activamente en los hechos ocurridos en Mayo del 68 han acabado interpretando la derrota del movimiento de trabajadores y estudiantes como una muestra de la imposibilidad de transformar la sociedad, cayendo en el más profundo pesimismo y, en muchos casos, pasándose al lado contrario de la barricada. Pero lo más importante que podemos sacar en claro de aquella experiencia es justo todo lo contrario: la demostración de una posibilidad real de transformar la sociedad. Recordar Mayo del 68 debería ser un ejercicio que combinase, por un lado, la esperanza en la posibilidad del cambio y, por el otro, la reflexión sobre cuáles fueron los errores cometidos entonces para no volver a repetirlos cuando se dé una situación similar.
http://www.enlucha.org/?q=hiedra
EL 68 EN MEXICO
ANTECEDENTES DEL 68 EN MEXICO
El largo y tardío 68 mexicano
x Manuel Aguilar Mora
El 2 de octubre de 1968 una cortina de balas y metralla represiva aplastó al movimiento de protesta estudiantil mexicano, dejando un saldo de 300 a 500 muertos
En el libro The Sixties in Pictures [Los sesentas en fotos] (Parragon Books, Bath, 2007), las fotos correspondientes al momento cúspide de la famosa década, el dramático y portentoso año de 1968 incluyen, entre otras, conocidas imágenes de la guerra de Vietnam, espectaculares instantáneas de los acontecimientos del mayo francés así como de la primavera de Praga y de su terrible epílogo, la invasión soviética a Checoslovaquia. No podían faltar los momentos terribles capturados para siempre de los dos líderes estadounidenses asesinados ese año Martin Luther King y Robert F. Kennedy. Hay también fotos de acontecimientos en México. Son de los Juegos Olímpicos realizados en la capital del país. Están las de los tres atletas negros que impusieron records: la de Bob Beamon con el salto más largo hasta entonces (a pesar -o debido- que la noche anterior había hecho el amor con su esposa) y ante todo la más famosa de los dos veloces corredores de 200 metros, Tommie Smith y John Carlos, quienes al recibir las medallas se hicieron mundialmente célebres levantando el puño del saludo del Partido de los Panteras Negras. Y a pesar de todo, el libro se queda corto al omitir de sus páginas otros acontecimientos tan importantes como los abajo mencionados.
Sólo unos días antes a esos Juegos Olímpicos en el centro histórico de esa misma ciudad de México, había tenido lugar un hecho mucho más relevante de la historia de ese año, al cual el libro no dedica ni un renglón. En efecto, se trata de la masacre de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968 cuando con una cortina de balas y metralla represiva se aplastó al movimiento de protesta estudiantil mexicano, dejando un saldo que todavía hoy no se precisa (los cálculos que se hacen van de 300 hasta 500 muertos).
Y sin embargo, el movimiento estudiantil-popular mexicano, como se le definió desde muy pronto, fue una de las partes integrantes características de ese año luminoso y trágico a la vez que fue 1968.
La hora del México priísta
México en los años sesentas y setentas atravesaba por los años dorados del priismo triunfal. Fueron los años del largo “crecimiento económico con estabilidad”, de un auge del capitalismo mexicano que le daba un margen de maniobra relativamente importante ante el poderoso vecino, todavía dominado por las fórmulas keynesianas. Pero fueron también años en que la mano dura de los dos presidentes más represivos del PRI (Partido Revolucionario Institucional) Gustavo Díaz Ordaz y Luís Echeverría se impuso desde 1958, cuando el primero era el secretario de Gobernación y después en 1964 presidente de la República hasta 1970-76 cuando el segundo lo sucedió en dicho cargo.
Movimiento tras movimiento de los trabajadores ferrocarrileros, petroleros, telefonistas, telegrafistas, siderúrgicos, de la salud y de la educación fueron sistemática y cruelmente reprimidos durante esos largos años: muchos muertos (fue tristemente célebre el asesinato del líder campesino Rubén Jaramillo y su familia), las cárceles llenas de presos políticos, una feroz represión contra las manifestaciones de protesta, constante acoso y persecución de los líderes y activistas democráticos y revolucionarios, etc. Es en ese periodo que se insertó el movimiento estudiantil de 1968 y fue también dura, durísimamente reprimido por la intransigencia y el despotismo celebérrimos del presidente Díaz Ordaz.
México era el país de la “dictadura perfecta”, como famosamente definió Mario Vargas Llosa al PRI-gobierno. Cada seis años se realizaban las elecciones presidenciales y el nuevo presidente era el sucesor escogido por el presidente saliente: fue una sucesión perfecta que duró ochenta años. La oposición era una simple decoración y cuando no aceptaba serlo acababa en la cárcel o salvajemente reprimida, como en 1968. Todo parecía que el movimiento estudiantil de ese año correría la misma suerte que los anteriores movimientos reprimidos sin consecuencias. No fue así, por dos razones principales: una nacional y otra internacional.
La nacional se debió a la reacción política estudiantil y la internacional a la identificación del movimiento con la lucha de los jóvenes y los estudiantes de otros países contra el imperialismo y en general contra los despotismos gubernamentales.
La marca que dejo el movimiento estudiantil, fue mayor, más duradera y definió un antes y un después de la política mexicana. Desde un principio se definió como un movimiento político. Los estudiantes no salieron a la calle a exigir más becas, mejores docentes e instalaciones, o sea, no salieron a las calles a exigir demandas gremiales. Salieron a gritar y demandar ¡alto a la represión! y a exigir la democratización de México.
Dos procesos en marcha
El 26 de julio, fecha del inicio del movimiento dos procesos se combinaron en el medio estudiantil movilizado que produjo un auténtico “salto cualitativo”. La vanguardia política estudiantil festejaba ese año, como lo venía haciendo desde 1960, el triunfo de la revolución cubana con una manifestación que se organizaba en el sur de la ciudad. Pero los aires de ese día anunciaban cosas nuevas. Esa vanguardia era la misma que había forjado un movimiento contra la guerra de Vietnam, duramente reprimido en 1966 cuando los granaderos que protegían la Embajada de Estados Unidos arremetieron contra los protestantes. El mayo francés había sido seguido atentamente por sus miembros. En el medio de los “grupúsculos” estudiantiles crecía y se multiplicaba la crítica a los métodos burocráticos en general, no sólo estalinistas. Fermentaba en estos sectores el surgimiento de una nueva vanguardia revolucionaria, por primera vez en México independiente del tradicional Partido Comunista Mexicano (PCM). Fue el factor que contribuyó a que el movimiento estudiantil mexicano se identificara con la causa democrática e internacionalista de los demás movimientos estudiantiles del mundo.
El otro proceso específicamente nacional fue el de la represión, salvaje, brutal con la que días antes a ese 26 de julio la policía de la ciudad sometió a los estudiantes de varios planteles del Instituto Politécnico Nacional (IPN), con motivo de un pleito callejero baladí entre estudiantes de diversos planteles. El IPN es la segunda institución más grande de educación superior después de la UNAM, las cuales se había convertido para ese entonces en “instituciones de masas”. (La UNAM contaba con más de 200 mil estudiantes y el IPN con más de 100 mil). Precisamente ese viernes 26 de julio los estudiantes politécnicos, furiosos por la escandalosa represión (los granaderos habían ingresado a las aulas y habían matraqueado incluso a maestros impartiendo cátedra) organizaron una nutrida manifestación con la intención de presentarse ante el Palacio Nacional a protestar ante el propio presidente de la República. Cientos, miles de granaderos y policías se lo impidieron.
Después de la Ofensiva del Tet vietnamita de febrero, de la primavera de Praga y del mayo francés, el 68 mexicano se inicio tardíamente cuando ya había transcurrido más de medio año. Pero del 26 de julio, fecha del inicio, al 2 de octubre, fecha de la masacre de Tlatelolco, transcurrieron 68 días que conmovieron y transformaron al país.
Un movimiento democrático e independiente
Ese viernes y el fin de semana que siguió fue el bautizo sangriento del movimiento. La represión que juntó a las dos marchas, la que venía del sur y la que venía del norte, ambas dirigidas hacia el centro de la ciudad, cobró los primeros muertos: nunca se ha sabido exactamente cuántos pero fueron varios los estudiantes caídos en esos días de furiosas batallas callejeras. Tuvo que intervenir el ejército que irrumpió, previo famoso bazukazo contra el portón, en el plantel de la Preparatoria Uno, donde se habían atrincherado algunos estudiantes.
Lo que siguió fue la mayor y espontánea movilización de juventud que se había visto en México. Jóvenes, no sólo estudiantes, desde los quince y dieciséis años hasta los universitarios veintiañeros, llenaron las calles de la ciudad de México con cinco gigantescas grandes manifestaciones centrales, decenas de mítines sectoriales y centenares de reuniones con brigadas propagandísticas que se expandieron por toda la ciudad y para fines de septiembre comenzaban a extenderse por los demás estados de la República.
La huelga estudiantil que estalló inmediatamente después de las jornadas represivas del 26 de julio y días posteriores, paralizó por completo a la UNAM, el IPN y a instituciones menores que se aliaron como la Escuela Normal Superior, la Universidad de Chapingo, la Universidad Iberoamericana, El Colegio de México y otras.
Con dos delegados (a veces tres) de cada escuela o facultad en huelga desde los primeros días de agosto se constituyó el Consejo Nacional de Huelga (CNH) cuya autoridad democráticamente conquistada jamás fue puesta en duda por ningún sector del heterogéneo movimiento. En los momentos más altos este organismo, un auténtico miniparlamento revolucionario, reunió más de 200 delegados.
El “pliego petitorio” que reivindicó el CNH, de hecho su programa, aparte de puntos menores sobre la destitución de policías y las indemnizaciones a las víctimas de la represión y a sus familiares, incluía dos puntos principales que constituían el eje político de su lucha democrática: libertad de los presos políticos y la derogación del artículo del Código Penal sobre la “disolución social” que era aplicado contra las actividades de oposición política al régimen.
Las corrientes políticas oficialistas (priístas, procristianas, etc.) fueron eliminadas inmediatamente del movimiento. Dentro del CNH no existían representaciones por organización política. De este modo, los sectores de oposición democrática y revolucionaria como el PCM, grupos revolucionarios de todo tipo (maoístas, trotskistas, guevaristas, etc.) buscaban que sus dirigentes fueran electos en las asambleas generales. De esta forma, en especial con los delegados de las facultades y escuelas superiores, se formaron las tendencias más importantes dentro del CNH. En general fueron dos: definidas más o menos libremente como la hegemónica y ampliamente mayoritaria (que agrupaba a los delegados de las escuelas más numerosas de la UNAM y el IPN), que buscaba el consenso unánime o por lo menos ampliamente mayoritario y la tendencia formada por los delegados de las facultades de Humanidades y ciencias sociales más a la izquierda. Fue en éstas donde surgió en el último periodo, días antes del 2 de octubre, la iniciativa de dotar al movimiento de un programa popular más amplio.
El desafío y la respuesta criminal
El movimiento estudiantil-popular mexicano duró más de dos meses. Cierto es que su dolorosísimo epílogo permeó finalmente su trayectoria histórica. No era para menos. En ese año de 1968 sólo en Vietnam, en plena guerra contra la ocupación del ejército de Estados Unidos, se derramó más sangre que en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
No obstante hay que remarcar que el movimiento fue un movimiento por la vida, por la libertad, por la democracia, por la confraternización social nacional e internacional. La juventud absolutamente mayoritaria de sus participantes determinó un aspecto lúdico que se pudo expresar en varias ocasiones, en particular en la fiesta nacional del 16 de septiembre realizada en el campus de la Ciudad Universitaria (CU) de San Ángel en la que la alegría y el espíritu festivo campearon libremente. Dos días después el ejército invadió el campus.
Este aspecto contradictorio es característico del movimiento. El tributo de sangre tan grande que el movimiento había ofrecido a su causa era ya impresionante antes del 2 de octubre, se contabilizaban ya en decenas de muertos. Este aspecto se explica por la profunda raigambre popular que adquirió desde el principio. Se trataba, se sentía, se consideraba que se participaba en unas auténticas jornadas de liberación y emancipación ciudadanas.
También esta es la razón última que explica la terrible represión del poder, represión que parece desmesurada, provocada por la patología enfermiza de un presidente cruel, rencoroso y con una mentalidad policíaca como era la de Díaz Ordaz.
No seremos quienes vamos a abogar por disminuir la criminal responsabilidad que tiene Díaz Ordaz como el jefe del aparato represivo. Sólo queremos enfatizar que, precisamente la larga duración del conflicto explica que la represión salvaje final del 2 de octubre realizada por cientos, tal vez miles, de soldados del ejército y elementos de las diversas policías del régimen, tuvo que ser muy pensada y reflexionada por los dirigentes del Estado, comenzando por Díaz Ordaz.
El régimen tenía asegurado el control de los grandes sindicatos, en Estados Unidos el presidente Johnson, amigo personal de Díaz Ordaz, lo que menos hubiera querido era un país en conflicto al sur de la frontera, la burguesía estaba firmemente al lado del régimen, el único partido importante después del PRI, el Partido de Acción Nacional (PAN) no apoyaba abiertamente a Díaz Ordaz, pero no hacía nada por evitar la represión, la actitud de abyección política del “socialista” Partido Popular Socialista (PPS), dirigido por el célebre estalinista Lombardo Toledano le cubría el flanco “izquierdo” al gobierno. La pregunta es evidente ¿por qué entonces la masacre de Tlatelolco contra un movimiento “meramente estudiantil” y, agregan otros, sólo “clasemediero”?
La explicación más socorrida es la proximidad de la Olimpiada cuya inauguración estaba programada para mediados de octubre. Ciertamente, este factor internacional pesó en la decisión del poder de aniquilar como fuera al movimiento. No se escamotearon los recursos de la represión para lograr que México pudiera ser el anfitrión deseable para los atletas de los Juegos Olímpicos. De hecho el 2 de octubre fue la culminación de un proceso de gran represión que se inició dos semanas antes con la invasión militar de la Ciudad Universitaria de San Ángel. Pero esa intervención militar no apaciguó al movimiento. La represión parecía impotente ante la reacción estudiantil. Después de la toma de la CU las batallas del Casco de Santo Tomás del Politécnico y de la Vocacional 7, que después de horas de lucha fueron ocupados por el ejército, mostraban que la combatividad estudiantil se agigantaba ante los golpes. Precisamente el 2 de octubre el CNH programaba una gran manifestación hacia el Casco de Santo Tomás que partiría de Tlatelolco para presionar la salida del ejército de dicho campus (después de que lo había hecho ya de la CU). A pesar que en el mitin del 2 de octubre desde su inicio se anunció que se cancelaba la manifestación programada para “evitar una provocación”, ese día había sido el escogido por el poder para desplegar la gran provocación que terminó con el movimiento.
Es evidente que el régimen no permitiría de ningún modo que el movimiento estudiantil pudiera aprovechar el gran espectáculo de los Juegos Olímpicos para su causa. Este factor fue importante para la toma de decisión que se hizo.
Pero en el trasfondo de los 68 días que duró el movimiento, el régimen siempre estuvo temeroso de que algo parecido a lo que había sucedido en Francia pasara en México. Es increíble, es cierto, pero así fue. Aunque el México priísta no se parecía prácticamente en nada a la Francia de De Gaulle, el fantasma de una unión de la rebelión estudiantil con las fuerzas de los proletarios rondó como una pesadilla desde el 26 de julio en la cabeza de los dirigentes estatales, de sus funcionarios, de sus plumíferos y del vasto aparato represivo que los sustentaba.
No estaban muy equivocados. En el CNH sectores de avanzada desde fines de agosto y muchos más en septiembre comenzaban a entender que era necesario que el movimiento se “desdoblara” hacia el pueblo. El estribillo “¡únete pueblo!” no era suficiente. En agosto comenzaron y en septiembre eran cada vez más frecuentes las numerosas comisiones de sindicatos, de corrientes sindicales democráticas e independientes e incluso de sectores campesinos que asistían a las reuniones del CNH. Se comenzaba a sentir que se necesitaba una nueva estrategia, un programa, un cambio de orientación. La cerrazón del poder lo exigía y la voluntad de triunfo lo justificaba. Precisamente el día de la invasión militar de la CU, la reunión del CNH tenía como uno de sus objetivos la discusión de un proyecto de programa titulado “Por la unión obrero-campesino-estudiantil” redactado por una comisión, cuyo representante fue detenido por los soldados y encarcelado en Lecumberri durante cuatro años.
La gran represión del movimiento estudiantil-popular de 1968 no impidió que el movimiento por democratizar a México se detuviera. Ciertamente sí lo retrasó. No se detuvo, siguió por caminos inauditos durante los siguientes cuarenta años. De hecho ese objetivo no se ha conseguido, estamos persiguiéndolo todavía.
Por eso es ya un lugar común admitir que el 68 mexicano representó un antes y un después de la historia del país. Que abrió el periodo histórico en el cual, en cierto modo, nos encontramos aún. Y a pesar de que pronto se cumplirán cuarenta años de esos 68 días del 26 de julio al 2 de octubre de 1968 que conmovieron y transformaron a esta nación, sus lecciones, sus ejemplos, su espíritu y su impulso están muy presentes en la jornadas que hoy definen la agenda de la lucha de los trabajadores y del pueblo mexicano por hacer de su país un México libre, democrático, soberano, igualitario e independiente.
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México, DF, 15 de mayo de 2008
* Intelectual marxista, militante de la Liga de Unidad Socialista (LUS). Fue miembro del Comité de Lucha de la Facultad de Filosofía y Letras en el movimiento estudiantil de 1968. Fundador del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y dirigente de la Cuarta Internacional (Secretariado Unificado) de 1976 a 1986. Entre sus numerosos libros sobre la historia política mexicana, destacamos: "La crisis de la izquierda en México" (Juan Pablos, 1978); "El bonapartismo mexicano" (Juan Pablos, dos tomos, 1982); "Crisis y esperanza" (Juan Pablos, 1984); "El escándalo del Estado. Una teoría del poder político en México" (Fontamara, 2000). Es colaborador de Correspondencia de Prensa - Agenda Radical, en México
HE AQUII LA RELATORIA DE ESTOS MOVIMIENTOS PARA APRENDER DE SUS ERRORES Y HACER LO QUE NOS CORRESPONDE A LOS MEXICANOS QUE QUEREMOS UNA NACION CON JUSTICIA SOCIAL Y UN GOBIERNO DEL PUEBLO PARA EL PUEBLO
Silius Z.